La Orden del Temple nació en el siglo XII como consecuencia de la liberación de los lugares santos de la Cristiandad, es decir, las Cruzadas. Un grupo de caballeros, nueve según la documentación, decidieron crear una Orden militar en Tierra Santa, con la labor de proteger a los peregrinos de los infieles, instalándose en lo que había sido el Templo de Salomón, de ahí su nombre, “templarios”, y formado por monjes-guerreros. En breve periodo de tiempo se extendieron por todas las tierras de la cristiandad, siendo principalmente Francia donde tuvieron más efectivos. En la península Ibérica también tuvieron una labor reseñable en las zonas en disputa fronteriza con los musulmanes.
Lema de la orden del temple en la portada del palacio de ValderrábanosNo obstante, llegaron a acumular un gran poder, principalmente por ejercer de banqueros, pero del 12 al 13 de octubre de 1307, por orden del rey francés Felipe IV el Hermoso y el papa Clemente V, se abolió la orden y se persiguió a sus integrantes, acusándoles de, entre otras cosas, sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos. Su disolución ha hecho correr ríos de tinta hasta la actualidad, generando gran debate y leyenda.
En lo que a la península Ibérica se refiere, los templarios jugaron un papel muy importante en la repoblación y conquista de nuevos territorios frente a los musulmanes, teniendo mayor o menor relevancia según los distintos reinos cristianos (Aragón, Castilla, León y Portugal). Sin embargo, hoy hemos venido a señalar la existencia de templarios en los territorios abulenses, como lo señala Dámaso Barranco Moreno en su obra “El rastro templario en el territorio abulense. Una realidad olvidada”, obra a la cual nos remitimos, pues si bien queda bien patente la existencia de esta orden militar en Ávila, con frecuencia ha sido obviada por la historiografía.
Para situarnos en el contexto medieval abulense debemos aclarar que los territorios no eran los mismos que los actuales, sino que el espacio estaba configurado sobre las bases que Raimundo de Borgoña sentó para la constitución de la nueve sede episcopal abulense, es decir, Arévalo y Olmedo en el norte, y hasta la Sierra de San Vicente y desembocadura del río Alberche al sur. Por tanto, y siguiendo al autor, hacia 1181 en los territorios abulenses había los siguientes enclaves templarios: en el alfoz de Olmedo, Muriel de Zapardiel; en el de Arévalo, Arévalo y Moraleja de Santa Cruz (despoblado); en el alfoz de Ávila, Villanueva del Campillo, Duruelo, Aldea del Rey Niño, Hervás, Santibañez el Alto, Coria, Portezuelo y la encomienda con cabecera en Alconétar formada por: Garrovillas, Cañaveral, Santiago del Campo, Hinojal y Talaván.
La presencia del temple, si bien en la capital fue nula, si tuvo relevancia en la Transierra, zona fronteriza con territorios musulmanes y que hizo que se construyeran una serie de fortificaciones para vigilar y controlar el territorio, como por ejemplo y de gran importancia Hervás, pero también Villanueva del Campillo
La desaparición del Temple en León y Castilla no fue tan drástica como lo fue en Francia. El grado de permisibilidad de los monarcas hizo que la Orden no se disgregara hasta 1312 y de manera gradual. Sus miembros y posesiones pasaron a manos de otras órdenes militares como fueron la de San Juan, Calatrava, Montesa o Alcántara, que siguieron administrando y realizando las mismas funciones que venía realizando el Temple.
Para finalizar, les remito otra vez a la obra de Barranco Moreno, despidiéndome con una cita que resume, con gran perfección, lo expuesto anteriormente: “…y concluir que la presencia del Temple en el territorio abulense estuvo limitada a la mínima expresión, y sin ninguna trascendencia, es, no sólo un error, sino, además, una pura falsedad histórica”.
Muy buena lección de historia.
Me ha gustado por lo sencilla y comprensible y sin grandes pretensiones para mejor asimilacion
Una bonita versión musical del lema templario