A menudo la realidad supera a la ficción”, o al menos eso dice Friker Jiménez, a lo que se debería añadir que mucha literatura de ficción tiene su parte de realidad, y que incluso la realidad supera a la ficción, como es el que caso que voy a exponer a continuación.

Canción de Hielo y Fuego es la obra magna e inconclusa de George R.R. Martin, alabada por millones de ávidos lectores, encumbrada por una adaptación televisiva excepcional, Juego de Tronos, que ha hecho vox populi a sus personajes. Ahora bien, como todo tiene su base, su influencia, etc., Martin bebe de numerosas fuentes que funde en su universo medieval y fantástico. Sus fuentes son innumerables, quizá a tratar en otro post, entre las que destacan la mitología nórdica, Dune y la propia historia, entre la que destaca la Guerra de las dos Rosas, enfrentamiento medieval entre las casas de York y la casa de Lancaster (o Stark y Lannister, como prefieran). A pesar de establecer similitudes entre algunos personajes históricos con los literarios, como por ejemplo Aerys el rey Loco con el emperador Calígula, hoy les voy a hablar del paralelismo de un personaje del universo de Martin, al menos de un pasaje en concreto, con otro personaje histórico.

Tyrion Lannister, enano, deforme, llamado Gnomo y Mediohombre, relegado por su familia a un segundo plano, pero astuto y con gran inteligencia es, sin duda, uno de los personajes más carismáticos y populares de Juego de Tronos. A menudo se le ha hecho corresponder con el emperador Claudio, el cual fue apartado del poder por sus deficiencias físicas, pero que después se resolvió como un administrador capaz y promotor de las obras públicas. Pero, no obstante, en el pasaje de Choque de Reyes de la batalla del Aguasnegras, donde Tyrion está al mando de la defensa de Desembarco del rey frente a unos ejércitos que los triplican en número, recuerda a un acontecimiento histórico olvidado por la historia, y su figura a un teniente general de la Marina española ¿adivinan cuál?

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Para ponerles en situación, podemos empezar situando la acción en el mar Caribe en el siglo XVIII, donde se disputaban la hegemonía marítima España e Inglaterra. Los primeros estaban en declive y los segundos no querían seguir aceptando unas condiciones contraproducentes en cuanto al comercio se refiere. Por esta razón, el Caribe estaba infestado de corsarios que trataban de apresar buques españoles y/o ingleses, dependiendo de quién los pagara. Inglaterra buscaba un motivo para declarar la guerra a España y hacerse con el control comercial americano, y encontró la excusa perfecta cuando el capitán Juan León Fandiño, al mando de la Isabela, apresó a un contrabandista inglés, Robert Jenkins. En un alarde de arrogancia típicamente española, Fandiño seccionó la oreja a Jenkins al mismo tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».

Así, con esta estúpida excusa y Jenkins exhibiendo su oreja conservada en un tarro de alcohol ante el Parlamento inglés, los británicos entraron en cólera y organizaron la mayor flota jamás vista hasta entonces y el mayor desembarco hasta dos siglos después con el desembarco de Normandía, comandada por el mejor general británico, Vernon, con la orden de conquistar toda América y acabar con el Imperio español. Tras destruir Portobello y otras incursiones menores, sus miras se pusieron en conquistar el puerto español más importante, que administraba todas las riquezas y comercio de América: Cartagena de Indias. Su conquista supondría el golpe definitivo a la hegemonía naval y comercial española en América.

La flota británica se componía de 186 buques, 27.600 hombres y 2.000 cañones, comandada por Edward Vernon. Partieron de Port Royal y se plantaron, en marzo de 1741, frente a las costas de Cartagena de Indias, gobernada por el virrey Sebastián de Eslava, defendida por tan sólo 3.600 hombres y seis buques, pero defendida por un teniente general que jamás se humilló o se arrodilló ante nadie, aquel a quien sus hombres llamaban Patapalo, y también el Mediohombre.

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 Blaz de Lezo y Olavarrieta, guipuzcoano nacido en Pasajes (1689), pronto sintió la llamada del mar, embarcándose en la marina (1701) y participando posteriormente en la Guerra de Sucesión, donde perdió la pierna y el ojo izquierdo. En 1714 participó en el asedio a Barcelona, donde una bala de mosquete le inutilizó uno de sus brazos.

¿Esto le hizo retroceder? En absoluto. Cojo, tuerto y manco, siguió combatiendo y coleccionando apelativos por sus hombres como Patapalo o Mediohombre, así como batallas y escaramuzas, pues hacia 1723 le encomendaron limpiar de piratas las costas de pacífico, labor que desempeña con extrema eficacia, conquistando una leyenda de invencible.

En 1730 regresa a España convertido en General del Mar, y le encargan otra difícil tarea: dirigir seis buques de guerra hacia Génova, donde había depositado dos millones de pesos que pertenecían a la Corona, pero que habían quedado confiscados en Génova. Se planta allí con sus muñones, su parche, su pata de palo, sus navíos y, poco diplomático, es rotundo al increpar y amenazar con cañonear la ciudad desde el mar, lanzando un ultimátum que los genoveses acabaron aceptando. No contento con esto, y cabezón como él solo, Blas exige que se rinda honor a la bandera española desde la ciudad, cosa que consigue. Después, se embarca en la empresa de tratar de reconquistar la ciudad africana de Orán, conquistándola y creando grandes destrozos a los piratas argelinos en la bahía de Mostagán, abriéndose paso a fuego y cañonazos, hundiendo sus propios barcos si era necesario. Finalmente, 1734 el rey lo asciende a Teniente General de la Armada, siendo en 1734 cuando es nombrado Comandante General de Cartagena de Indias.

 Volviendo al punto donde lo habíamos dejado, la mayor flota jamás vista de los ingleses se había plantado frente a las costas de Cartagena de Indias, en una proporción de 8 a 1, pero al frente de la defensa española se encontraba, con dos cojones y un palo, Blas de Lezo, el Mediohombre.

Y Cartagena no se iba a rendir.

Lezo dispuso las piezas de artillería, incluidos los de sus navíos, en zonas estratégicas y sitios clave, entrenó concienzudamente a sus artilleros, hundió los barcos en la bahía para evitar el paso de navíos enemigos por la bocana del puerto, que previamente había cerrado con una cadena (¿les suena de algo?). Y así, tras 67 días de asedio con cañonazos, el almirante Vernon decidió tomar Cartagena al asalto, con más de 10.000 hombres. Se encontraron con la sorpresa de trincheras, bastiones y sitios inexpugnables. Los españoles resistieron como jabatos, y las bajas de los ingleses de contaban por cientos. Además, las enfermedades se cebaron con los ingleses, aunque las bajas también comenzaron a notarse entre las filas españolas.Image

Cuando los atrincherados se preguntaban cuánto más podrían resistir, cada día les parecía una eternidad y cada hora un mes, el almirante Vernon asumió que le era imposible tomar aquella fortaleza, pues sufridos los estragos de la enfermedad, los disparos españoles y el infortunio poco más podían hacer tomar la ciudad. Decidieron levantar el sitio y dar por terminada la fatídica conquista de Cartagena de Indias. Muchos barcos ingleses fueron abandonados y hundidos porque no había gente suficiente para tripularlos. La posesión del estratégico enclave siguió en manos españolas durante sesenta años más.

Se dice que Vernon, al retirarse, gritó al viento la frase: “God damn you, Lezo”, a lo que el Mediohombre contestó, por escrito, las siguientes palabras imperecederas:

«Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir.»

Curiosamente, las primeras noticias que tuvieron en Inglaterra fueron de la victoria de Vernon, pues éste mismo envió a Inglaterra una fragata con el mensaje de su victoria, dando por sentado que la fortaleza caería fácilmente. Dicho de otro modo, vendió la piel del oso antes de cazarlo, y los acontecimientos no fueron los esperados. De hecho, hubo festejos en Londres celebrando la victoria, e incluso se hicieron medallones conmemorativos en los que aparecía el pobre Patapalo arrodillado ante Vernon. La refutación de la noticia sentó muy mal al monarca inglés, Jorge II, que mandó silenciar a sus cronistas de aquella derrota, y que nadie volviera a nombrarla. Y así permaneció sumida en el olvido, como tantas otras cosas.

Por su parte, el almirante Mediohombre, herido en el asedio, murió meses después de la contienda, víctima de las heridas recibidas y de las enfermedades provocadas por no dar sepultura a los muertos, principalmente ingleses, recibiendo a título postulo el título de marqués de Ovieco. Su historia y su leyenda fueron, al igual que la de aquellos 3.600 valientes que defendieron Cartagena de Indias con su vida, olvidada, o relegada a un segundo plano en los libros de historia, lo cual es lo mismo, aunque su hazaña no tiene nada que envidiar a otras gestas heroicas de la historia, como la batalla de las Termópilas o Azincourt.

Bien es cierto que si tuviéramos parte del espíritu inglés de honrar las victorias y proezas, véase por ejemplo Trafalgar, tendríamos en cada ciudad y en cada pueblo una plaza con el nombre de Cartagena de Indias, aceptado en la Real Academia Española de la Lengua el término “cartagenazo” para expresar aquellas victorias que se creían perdidas antes de empezar; ensalzado en un altar la figura de Blas de Lezo como los ingleses tienen hoy día a Nelson; día nacional con desfile de la Marina y al Benito Pérez Galdós de turno con su libro “Cartagena de Indias” en el número uno de los más vendidos en obras de no ficción.

Sin embargo… la historia queda en el olvido y si ustedes preguntan por el Mediohombre, la mayoría dirán que no lo conocen, y los pocos que sí, dirán que es Tyrion Lannister.

P.D. Aquí les dejo un artículo de Pérez Reverte, “El vasco que humilló a los ingleses” y el podcast de Pasajes de la Historia sobre Blas de Lezo de Juan Antonio Cebrián, el cual fue lo primero que oí sobre el marino vasco, una noche que no podía dormir.