El monarca Alfonso X el Sabio, rey, guerrero y diplomático, poeta aficionado a la astronomía, llegó a ser uno de los soberanos más poderosos de Europa, aunque nunca pudo cumplir su sueño: ser nombrado emperador. Su reinado fue tan prolífico como tumultuoso, y su mayor rival fue su propio hijo, Sancho, debido a los problemas derivados de su herencia y sucesión.

El futuro Sancho IV nació en Valladolid, hacia 1258, siendo el segundo hijo varón del matrimonio compuesto por Alfonso y doña Violante de Aragón. Desde niño mostró un fuerte carácter, señalándose incluso que se negó a ser armado caballero por su hermano mayor, don Fernando de la Cerda. Sería este infante, don Fernando, el heredero legítimo del reino al ser el mayor de los hijos, y por esta razón su padre delegó en él el gobierno de los reinos cuando en 1275 se desplazase a Belcaire a negociar con el papa Gregorio X su coronación como emperador.

Sería en ese mismo año de 1275 cuando se produjo el ataque de los benimerines, y el infante don Fernando acude a sofocar los ataques, pero enferma y muere el 24 de julio de ese mismo año. Sancho comienza a ser considerado como el heredero al trono y con tan sólo diecisiete años, asume el control del ejército y consigue la expulsión de los benimerines.

La muerte del primogénito supuso un gran problema hereditario, pues de acuerdo con el derecho consuetudinario castellano declaraba que los derechos dinásticos recaerían sobre el segundogénito, pero por disposiciones matrimoniales y la introducción del derecho romano privado  (introducido en el Código de las Siete Partidas) obligaban a Alfonso X a que la sucesión pasara a los “infantes de la Cerda”, Alfonso y Fernando, hijos del primogénito.

Pese a que en un primer momento Alfonso X se decanta por su hijo Sancho, nombrándole con el título “hijo mayor del rey”, y ratificado oficialmente como heredero en las Cortes de Segovia (1278), pronto las relaciones entre padre e hijo se romperían. Sancho mantenía un doble juego tratando de conseguir que su tío Pedro III retuviese a los infantes de la Cerda y actuando a espaldas de su padre en asuntos como el destino de las rentas y la concesión de villas de realengo a Órdenes Militares, lo que provocó la dura reacción de su padre, materializada en el ajusticiamiento de Zag de la Maleha, poderoso y riquísimo almojarife del rey (1280).

Tras ello, Alfonso X inicia negociaciones con Felipe III Francia, tío de los infantes de la Cerda, tratando no de frenar una posible guerra sino la causa que provocaba su amenaza: la sucesión al trono de Castilla y los derechos al mismo de los infantes de la Cerda, lo que no hizo más que tensar aún más las relaciones. Alfonso X quería llegar a un acuerdo con Francia con o sin el consentimiento de Sancho y tras las Cortes de Sevilla (1281), padre e hijo se entrevistan produciéndose la ruptura entre ellos: el infante Sancho, junto con sus hermanos Juan y Pedro, y parte de la nobleza castellana se sublevan.

El infante don Sancho incita el descontento y se muestra como defensor de los pueblos agraviados en sus fueros y en sus libertades, iniciando una campaña de captación de partidarios, lo que le lleva a diversas ciudades como a Ávila, el 7 de marzo donde atiende “los muchos agravamientos que vos el Cabildo de la Eglesia de Avila me mostrastes”. Esta campaña concluye con la Asamblea de Valladolid, el 20 de abril de 1282, en la que se decide desposeer al monarca, Alfonso X, de todos sus poderes y rentas, y transmitírselos a don Sancho.

Alfonso X fue desposeído de todos sus poderes salvo el título real, produciéndose en la práctica un verdadero destronamiento o prohibición del monarca legítimo para seguir gobernando.

La guerra civil se había extendido a todo el reino, dividiéndose entre los que apoyaban al rey Alfonso, al rey Sancho, e incluso los que apoyaban la candidatura de los infantes de la Cerda como legítimos herederos. Pese al gran apoyo inicial a Sancho, pronto su mayor preocupación fue que su bando no se disgregara, como pasó con su hermano, el infante Juan, y posteriormente Jaime, quienes le abandonaron, se fueron a Sevilla, solicitando y obteniendo el perdón paterno. El debilitamiento del infante Sancho hizo que se viera forzado a iniciar conversaciones con su padre, llevadas a cabo a través de dos mujeres: su esposa, María de Molina, y su hermana doña Beatriz, reina de Portugal, viuda de Alfonso III y madre del rey Dinis.

Cuando Sancho se encontraba en Ávila, tras recuperarse de una grave enfermedad, recibía la noticia del fallecimiento de su padre. Muerto Alfonso X, la paz se abrió camino sin dificultad. Todos los seguidores del rey Sabio – incluidas Sevilla, Murcia y Badajoz que habían sido sus apoyos más fieles – reconocieron como legítimo a Sancho como heredero de los reinos de Castilla, León y Andalucía.

Según cuentan el obispo don Rodrigo Sánchez de Arévalo en su obra “Compendiosa historia hispánicay según Alfonso de Cartagena en “Anacephaleosis” señalan que Sancho fue llamado Rey de Ávila. Asistió el nuevo monarca a las exequias celebradas en la catedral, celebradas con solemnidad por el obispo Fray Aymar, acto continuo y en el mismo templo, como fortaleza real, fue proclamado rey y la ciudad “alzó sus pendones por su rey, a quien caballeros y ciudadanos besaron la diestra”. Sancho IV se hizo aclamar en Ávila con la reina doña María y la infanta doña Isabel, de dos años de edad, declarada heredera del reino ante la ausencia de varones.

De Ávila partió Sancho IV para Toledo, donde con toda solemnidad fue reconocido y jurado como rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve y Señor de Molina.

Fuentes

COLMEIRO, Manuel. Cortes de los antiguos Reinos de León y Castilla.

FULGOSIO, Fernando. Crónica de la provincia de Ávila. Editorial Maxtor, 2002. pg 44

GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Manuel. Sancho IV, infante. Historia. Instituciones.Documentos. nº 28, 2001 pgs. 151-216

MARTIN CARRAMOLINO, Juan. Historia de Ávila, su provincia y su obispado. Ávila, Miján, Industrias Gráficas abulenses, 1999. Tomo 2, pgs. 363-364