Entre 1444 y 14445, el infante Enrique de Aragón, maestre de la orden de Santiago, realizó una expedición militar por Andalucía en beneficio de la causa fraterna de los infantes de Aragón, penetrando hasta Murcia, ciudad que pretendió ocupar esperando rendir la plaza fácilmente, cosa que no sucedería, gracias, en parte, a la defensa valerosa del Corregidor de Murcia, el doctor Alonso Díaz de Montalvo. ¿Quién fue este valeroso personaje?

Alonso Díaz de Montalvo nació en la villa abulense de Arévalo hacia 1405, descendiente del linaje de los Montalvos. Posiblemente, estudió Derecho en Salamanca, donde se licenció, y posteriormente desempeñó el puesto de profesor de Cánones. Contrajo matrimonio en  tres ocasiones, y todas con importantes damas conquenses: su primera mujer fue Elvira Ortiz (1439), con quien tuvo sus únicos hijos, Teresa y Martín. Tras el fallecimiento de ésta, contrajo segundas nupcias con María Vélez de Guevara y tras quedar viudo por tercera vez, contrajo su último matrimonio con María de León.

Durante su dilatada trayectoria desempeñó muchos cargos de magistratura como Corregidor de Murcia y de Madrid (reinando Juan II); Asistente de la ciudad de Toledo (1461); Gobernador y Alcalde mayor de la orden militar de Santiago de Castilla; Oidor de la Chancillería de Valladolid; Oidor de la Audiencia del Rey y su Refrendario, cargo similar a los secretarios del rey con ejercicio de decretos; y Consejero real en los tres reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos.

Como hombre de letras, realizó numerosas obras jurídicas, como una edición glosada del Fuero real de España y de Las Siete partidas, pero destaca por encima de ellas su obra cumbre, un encargo de los Reyes Católicos tras las Cortes de Toledo de 1480 para recopilar y ordenar todas las leyes castellanas, las “Ordenanzas Reales de Castilla”, finalizada en 1484 y recogía clasificadas las 1163 leyes de su obra en ocho libros y 115 títulos.

Con 91 años de edad, el 4 de mayo de 1496, Alonso Díaz de Montalvo otorgó testamento ante el escribano Álvaro González del Castillo, falleciendo en Huete tres años después, en 1499, lleno de achaques y casi ciego.

Fue enterrado en la capilla con enterramiento en la iglesia de San Francisco de Huete, que había fundado. Las tres piezas de mármol labradas que cubrieron su sepulcro se encuentran en el Museo de la Academia de Historia. Aparece en ellas el difunto apoyada la cabeza sobre dos almohadones, vestido con toga sobre hábito de San Francisco, con borla y anillo de Doctor, birrete de Consejero y un libro tachonado con cinco clavos sobre el pecho, que sostiene la mano izquierda y parece representar las Ordenanzas Reales. Con la mano derecha coge la toga para levantarla y poder caminar.

La memoria de tan ilustre caballero, sin duda importante y relevante en nuestra historia, apenas es recordada en su lugar de nacimiento, Arévalo, y en Ávila, donde al menos una calle lleva su nombre, y es una de las “Grandezas de Ávila” que aparecen reseñadas en el monumento, en el apartado de Escritores y Artistas.

Fuentes

Caballero, Fermín. Elogio del doctor Alonso Díaz de Montalvo (1870)

López Hernández, Francisco. Personajes Abulenses (I). Ávila, Obra Social Caja de Ávila, 2004.

Montalvo, Juan José. De la historia de Arévalo y sus sexmos. Valladolid, 1928. Vol. I pp. 319-320.