Cuando Fernando el Católico quedó viudo tras el fallecimiento de la mujer de su vida, Ysabel, contrajo matrimonio con una joven de 18 años, Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, a través de la cual le traspasó los derechos dinásticos del reino de Nápoles y le traspasó, a él y a sus descendientes, el título simbólico de Rey de Jerusalén.
El título de rey de Jerusalén nació a raíz de la Primera Cruzada, que tuvo como propósito conquistar aquellos lugares declarados santos por el cristianismo. Tras la conquista, Jerusalén se convirtió en un estado cristiano, y el título fue pasando de un descendiente a otro hasta María de Antioquía, quien en 1277, vendió el título a Carlos de Anjou, rey de Nápoles, con la aprobación y bendición papal. Pese a que el estado desapareció en 1291, el título continuó vinculado al rey de Nápoles durante los siglos siguientes. Y fue a través de este matrimonio de Fernando II de Aragón con Germana cuando este título pasó a engrosar la intitulación de los reyes castellanos, pasando a sus descendientes hasta el día de hoy, siendo Felipe VI, rey de Jerusalén.
En el invierno de 1515, el rey Católico cayó enfermo en Madrigalejo (Trujillo), y pese a que Fernando ya tenía una edad, su salud estaba deteriorada y al parecer tenía algún problema cardiaco, traducido a dificultades para respirar, él nunca pensó que había llegado su hora. Aún tenía algo pendiente que hacer: conquistar Jerusalén, en manos de los infieles, y alzarse como baluarte de la cristiandad, atribuyéndose como un rey mesiánico y salvador.
Ello vino ratificado, en parte, por la profecía de la beata Sor María de Santo Domingo, una monja de la localidad abulense de Barco de Ávila, quién le auguraba que no hallaría la muerte sin antes haber conquistado el santo lugar de Jerusalén:
Fállase por profecía
de antiguos libros sacada
que Fernando se diría
aquel que conquistaría
Jherusalem y Granada.
El nombre vuestro tal es,
y el camino bien demuestra
que vos lo conquistarés;
carrera vays, no dudés,
sirviendo a Dios, que os adiestra.
Como podréis imaginar, esta profecía nunca se cumplió, y una empresa semejante sería imposible de realizar a costa de las arcas castellanas y aragonesas, incluso con la ayuda del Papado. A Fernando le fueron administrados los sacramentos, dictó testamento, ordenando que sus restos fueran a Granada y enterrados junto a la mujer de su vida, Isabel.
No deja de ser curioso como una profecía podía ser creía a pies juntillas por el rey aragonés, por irrealizable que pareciera, y que hubiera cambiado, sin duda, el rumbo de la historia.