Francisco de Mora fue uno de los más importantes arquitectos españoles de finales del siglo XVI, y como discípulo de Juan de Herrera, uno de los máximos representantes de la arquitectura herreriana. Entre sus obras más importantes, destaca el Palacio ducal de Lerma, su obra maestra, y el convento de Santa Isabel o el Palacio de los Consejos o del duque de Uceda, por destacar algunos de sus proyectos y realizaciones.

Sin embargo, el arquitecto real Francisco de Mora sufriría una «conversión paulina» en torno a la figura de Santa Teresa, la cual va desde el más profundo desinterés al entusiasmo más entregado, que le lleva a costear de su propio bolsillo parte de la iglesia del Convento de San José de Ávila al convertirse en un gran lector y fiel devoto de la Santa abulense, lo que le lleva a alejarse en su obra de las pautas herrerianas para introducir un esquema innovador que vislumbraba algunos rasgos del barroco.

Según cuenta en una carta bajo juramento, Francisco de Mora oyó hablar varias veces de la madre Teresa sin que ello le hiciera interesarse por su figura, como en un viaje a Sevilla en compañía del padre Mariano, a quien Teresa de Jesús le dio el hábito en Pastrana, y en un convento de monjas descalzas de Santo Domingo en Ocaña, donde la priora le regaló un libro escrito de mano de la propia madre Teresa, «Las Moradas», para que lo leyese y aprovechase, cosa que no hizo.

Pero estando en Salamanca hacia 1586, y teniendo conocimiento que el cuerpo de la madre Teresa se hallaba en Alba de Tormes, fue a verlo. Habló con la priora, Inés de Jesús, quien le informó que el cuerpo lo habían trasladado a Ávila, pero que le enseñaría un brazo que conservaban. Se lo enseñó por la ventanilla del comulgatorio, envuelto en tafetán carmesí. A pesar de haber fallecido hacía cuatro años, el brazo parecía vivo. Francisco, en un arrebato y sin que se diesen cuenta, quitó un pedazo del brazo con la uña del tamaño de un garbanzo,  y lo envolvió en un papelito que guardó en un libro de horas, quedando los dedos bañados en óleo. La priora le dio un trozo de la túnica con la que habían enterrado a la Santa y este acontecimiento suscitó en él un deseo de ver con sus propios ojos a Teresa de Jesús.

Francisco partió entonces a Ávila, y tanto empeño y deseo tenía en llegar y ver el cuerpo de Teresa que incluso los criados no podían seguir su ritmo. Sería entonces —según Mayoral Fernández—, al pasar sobre el puente sobre el río Adaja, cuando la mula en la que viajaba tropezó y él, al llevar la pierna encima del arzón de la silla, el pie izquierdo en el estribo y el guardasol en la mano, cayó del lado izquierdo quedando colgado del arzón de la silla durante más de cincuenta pasos, pero sorprendentemente, y sin saber cómo, Francisco puso el pie en el suelo sin lastimarse y, aunque entonces no reparó, se dio cuenta que fue la madre Teresa de Jesús quién le favoreció.

Cuando fue al monasterio de San José, la priora María de San Jerónimo le dijo que era imposible ver el cuerpo, pues estaba en el Capítulo muy encerrado. Francisco, desconsolado, pidió que le abrieran la iglesia, y era tan pequeña que el arquitecto se afligió. Le preguntó a la priora por el nicho que estaba con reja debajo de la del coro, y le dijo que era para poner el cuerpo de la Santa Madre. De ahí Francisco de Mora sacó la planta y todo lo demás de la iglesia, del nicho.

Francisco prosiguió su viaje a El Escorial, donde estaba el Rey Felipe y la Infanta, y le dio la reliquia que había arrebatado de la madre Teresa, y al dar cuenta al Rey de su viaje, y enseñándole la traza que había sacado de la iglesia, le dijo que la guardara, cosa que hizo el arquitecto durante veintidós años.

Desde entonces, Francisco de Mora fue un gran devoto de la madre Teresa de Jesús, hasta el punto de leer sus libros impresos, como los todavía no impresos, como «Las Fundaciones», el cual obró un «pequeño milagro» con un criado suyo, un vizcaíno llamado Domingo, pues al sufrir un gran dolor de muelas y sacársele una de ellas, le llamó Francisco y le dijo que se pusiera de rodilla y tuviera mucha fe. Mostrándole el libro de las Fundaciones, le dijo que aquel libro había sido escrito por la mano de una gran santa, y que le curaría. Apenas le aplicó el libro en la parte del dolor, el vizcaíno le dijo: Señor, no me duele. Y ya no le dieron más.

Pero el destino haría que la madre Teresa de Jesús se cruzaría una vez en la vida de Francisco de Mora. Llegó a sus manos una carta escrita de puño y letra por la madre Teresa, y esas letras se las ponía encima del estómago cuando tenía frío en invierno. Además, supo que Francisco Guillamas, maestro de la Cámara del Rey, estaba realizando una capilla en el convento de San José de Ávila, y le pidió limosna para su realización. Al deberle el arquitecto 600 ducados, acordó abonarle la mitad y el resto enviárselo a las monjas del convento de San José.

A través de su confesor, Francisco de Mora supo que las obras que estaba realizando Guillamas no iban bien, pues pretendía realizar la cubierta de madera, en lugar de bóveda, y no dudó en hablar con el noble —que se encontraba enfermo—, y su mujer. Francisco de Mora se trasladó a Ávila y al llegar al convento de San José vio que sobre lo viejo habían levantado paredes de piedra seca y barro, llegando ya la obra cerca de poner los maderos para la bóveda. Habló con los oficiales, las monjas y la priora, Isabel de Santo Domingo, y les dijo que se encomendaran a Dios. El arquitecto estuvo tres días realizando plantas, perfiles y monteas, con tres capillas más de las que ya estaban realizadas, dejando dos: la realizada por Teresa de Jesús y donde está enterrado un hermano suyo; y otra donde está enterrado el clérigo Julián, confesor y compañero en las fundaciones de Teresa. Estas dos capillas, junto con la que estaba realizando Francisco Guillamas, hacían un total de seis.

Pasado este tiempo, volvió a hablar con las monjas y les dijo: «Madres, esta iglesia se ha de echar por tierra toda y se ha de hacer de nuevo, conforme á esta traza, porque va errada, y es menester que se alargue más, ya que no se pueden ensanchar, y que se le haga un pórtico muy hermoso, y la bóveda lo mejor que se pudiere, y no de madera». Les propuso muchas cosas, como si hubiera dinero, y todas les respondieron que estaban de acuerdo, salvo la priora que reparó y dijo «¿que de donde se ha de hacer eso, que no hay una blanca?». Y el arquitecto, en tono guasón y lleno de entusiasmo, le respondió: «Madre, no tenga cuidado, que Dios proveerá; y si no, venderemos un par de monjas».

Francisco de Mora volvió a la Corte y pidió dinero al Rey y a los nobles —no siempre consiguiéndolo—, y poniendo parte de su bolsillo para realizar el convento de San José de Ávila tal y como lo conocemos a día de hoy, viendo colmada la devoción de un arquitecto que llegó a tener una gran devoción por Teresa de Jesús, tras caerse de la mula en que viajaba, y cruzarse con la Santa abulense en numerosas ocasiones.

Fuente

Escritos de Santa Teresa, Vol. 2 pp.  381-386

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