Hacia 1899, en el pueblo de Aldeavieja (Ávila), sus vecinos dedicaron una misa a uno de sus vecinos destinado como soldado de segunda en Filipinas, interpretando la ausencia de noticias como un desenlace funesto. Sorprendentemente, Domingo Castro Camarena seguía vivo, y regresó. Fue uno de los «los últimos de Filipinas», superviviente del Sitio de Baler, resistiendo durante casi un año los ataques de los filipinos sublevados, meses después de haber perdido la guerra.

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Los «Últimos de Filipinas» posando con el general Despujol a su llegada a Barcelona

Domingo Castro Camarena nació en Aldevieja el 13 de mayo de 1877, uno de los cinco hijos del matrimonio formado por José, de origen gallego, y Blasa, vecina de Aldevieja. Medía 1,66 m., con una cicatriz en la cara que intentaba ocultar con una poblada barba, ganándose la vida como cantero, al igual que su padre. Se ignoran las razones que le llevaron a alistarse como voluntario en el ejército hasta el final de la revuelta, quizá creyendo, al igual que la opinión pública, que el conflicto estaba próximo a su fin, y así cobrar las doscientas pesetas como prima de alistamiento voluntario.

El 23 de abril de 1897 emprende el viaje a Madrid en ferrocarril, y lo continúa hasta Barcelona, partiendo el 20 de mayo a bordo del correo de vapor Covadonga rumbo a Manila. Estuvo algunos meses en la guarnición de la Perla de Oriente, como era conocida Manila, y después enviado al municipio de Aliaga en auxilio de una pequeña guarnición de sesenta efectivos que estaba sufriendo ataques por parte de sublevados indígenas. Más tarde se sabe que estuvo en la provincia de Capiz hasta finales de 1898, desconociendo las acciones militares en las que intervino o siquiera lo acontecido en aquellos meses, donde adquiriría experiencia bélica en combate. Tras dos meses de descanso en Manila, el día 10 de febrero fue destinado a Baler, formando parte de un destacamento de cincuenta soldados que compondrían su guarnición. Partió a bordo del vapor Compañía de Filipinas, llegando a Baler el día 12.

El comienzo del Sitio a Baler comenzó el 27 de junio de 1898, prolongándose hasta el 2 de junio de 1899, meses después de la pérdida de soberanía española sobre Filipinas, en favor de los Estados Unidos de América. Durante la duración del asedio, las tropas españolas permanecieron atrincheradas en la iglesia de San Luis de Tolosa, rechazando tajantemente las ofertas de rendición, hasta que la falta de alimentos les obligaron a terminar con su feroz resistencia, y comprobar a través de unos periódicos la realidad de la derrota española en la guerra. El balance del asedio se saldó con 19 muertos: doce por beriberi, tres por disentería; dos por fuego enemigo y dos fusilados.

A pesar de conocer muy bien lo sucedido en el sitio de Baler, prácticamente se ignora la intervención de Domingo Castro Camarena durante todo el sitio. Al igual que el resto compañeros, sufrió hambre, aislamiento y también beriberi, enfermedad causada por malnutrición padeciendo fatiga intensa y lentitud, permaneciendo tres o cuatro meses enfermo (posiblemente de septiembre a diciembre, según su propia declaración), y no fue herido por los disparos de los sitiadores ni herido de gravedad. La no inclusión de su nombre entre los más destacados según el teniente Martín Cerezo, nos induce a pensar que no realizó ningún acto de valentía ni heroicidad digna de mención, limitándose a sobrevivir, aunque si se posicionó como partidario a no rendirse.

Tras su rendición, los 33 supervivientes no fueron hechos prisioneros, sino trasladados a Manila para su repatriación. Sería en este trayecto cuando el propio Domingo Castro, encargado de trasladar la documentación, equipaje, munición y acta de capitulación, fue atacado por unos bandidos (tulisanes), robándole todo lo que llevaba consigo dejándole maniatado en un árbol hasta que pudo ser rescatado, sin que se pudiera recuperar nada excepto el acta de capitulación.

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Los «33 de Filipinas», posando tras llegar a Manila. Domingo Castro, nº 30

Los «33 de Filipinas» llegaron a Manila (8 de julio de 1899), donde prestaron declaración de lo sucedido, haciéndose la fotografía superior, único testimonio que tenemos del soldado abulense. El 29 de julio partieron a España en el vapor Alicante, llegando a Barcelona el 1 de septiembre, donde fueron pocos los que acudieron a recibirles. Tras la visita obligada al general Despujol partieron rumbo a Madrid para visitar el Ministerio de la Guerra, donde le concedieron a cada soldado dos cruces de plata al Mérito Militar con distintivo rojo, y una pensión vitalicia de 7,5 pesetas anuales como reconocimiento a su heroísmo. Después, cada soldado partió a su pueblo natal.

Una vez licenciado, Domingo Castro estaría poco tiempo en Aldeavieja, quizá padeciendo estrés post-traumático, secuelas del beriberi, ansiedad, e incluso rechazo social y resentimiento, lo que debió de ocasionarle dificultades en su vuelta a la vida diaria. Poco tiempo después se trasladaría a Madrid, donde mantendría amistad con Marcelo Adrián Obregón, compañero en Baler. La reducida pensión vitalicia hace que solicite el ingreso en cuerpos militares (Regimiento de Infantería Reserva de Montenegrón nº 84, Regimiento de Reserva de Monforte, nº 110, Lugo) y policiales, en el Cuerpo de Carabineros de Infantería, destinándole a la Comandancia de Algeciras (Cádiz), donde recibe instrucción para comenzar el servicio activo.

La historia de Domingo Castro Camarena se diluye en el anonimato a partir de 1908, desconociendo más detalles sobre su vida más allá de esta fecha, ignorando cualquier detalle de su vida civil e incluso la fecha de su fallecimiento, sumiendo su figura en un aletargado olvido ante el desinterés de sus contemporáneos, hasta la actualidad, cuando no fue hasta el I Centenario del Sitio de Baler cuando en su pueblo natal le dedicaron una calle para tratar de honrar su memoria.

Ahora, con el lanzamiento de la película «Los últimos de Filipinas» (Salvador Calvo, 2016), tenemos una magnífica oportunidad de rescatar del olvido y de connotaciones ideológicas este pasaje de la historia de España, donde un grupo de soldados resistieron durante casi un año un asedio en unas pésimas condiciones, dando su vida por una guerra que no comprendían y que ya no existía, marcándoles para el resto de su vida, sin recompensarles ni reconocerles cómo se debiera tal gesta, si ésta es la palabra adecuada que mejor calificaría el sitio de Baler. Y recordemos, también, al «último abulense de Filipinas», el desconocido Domingo Castro Camarena.

FUENTES

MARTÍN RUIZ, Juan Antonio (2013): Apuntes biográficos sobre un abulense defensor de Baler (Filipinas): Domingo Castro Camarena. Cuadernos abulenses, nº 42, pgs. 209-226.