Copia del retrato de Santa Teresa realizado por fray Juan de la Miseria

Se trata del primer retrato de Santa Teresa de Jesús. Basado en obra de Juan de la Miseria, realizada en el año 1576, cuando Teresa contaba con 61 años de edad. Esta copia se encuentra en el convento de religiosas carmelitas descalzas de San José del Carmen en Sevilla.

Posiblemente este es el retrato más fiel a su verdadera apariencia física, ya que se trata de la copia del original pintado con la propia Teresa posando como modelo. Cito textualmente que “Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus ojos, y con los pinceles en la mano.«

Se considera el único retrato en vida de la Santa. Al parecer, según la leyenda, tras posar Teresa para el artista, esta le dio su opinión: “Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste, podías haberme sacado menos fea y legañosa”, mostrando así que además de monja también era una mujer coqueta (como buena abulense). Y es cierto es que tenía motivos para quejarse, ya que en esta copia se aprecian ojeras y varias verrugas poco favorecedoras.

También encontramos otro retrato realizado en vida de la santa, pero esta vez no en una pintura, sino en una descripción meticulosa que debemos al jesuita P. Francisco Ribera, primer biógrafo de santa Teresa.

 “Era Teresa de Jesús de muy buena estatura; y en su mocedad hermosa, y aún después de vieja, parecía harto bien; el cuerpo abultado y muy blanco; el rostro redondo y lleno, de muy buen tamaño y proporción; la color blanca y encarnada, y, cuando estaba en oración, se le encendía y se ponía hermosísimo, todo él limpio y apacible.

El cabello negro y crespo; frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino algo llanas. Los ojos negros y redondos y un poco papujados (que así los llaman y no sé cómo mejor declararme), no grandes, pero muy bien puestos, y vivos y graciosos, que, en riéndose, se reían todos, y mostraban alegría, y, por otra parte, muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro gravedad.

La nariz, pequeña, y no muy levantada de en medio, tenía la punta redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas de ella arqueadas y pequeñas; la boca ni grande ni pequeña, el labio de arriba delgado y derecho, y el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes muy buenos y la barbilla bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes. La garganta, ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos, pequeñas y muy lindas.

En la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que la daban mucha gracia; uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y el tercero, debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien, y de buen aire en el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban, comúnmente aplacía mucho


Extracto de la Conferencia “Santa Teresa, viaje desde el Renacimiento hasta nuestros días”, de Teresa Jiménez Hernández, en el ciclo de conferencias, «Ávila en Teresa«