Ay, qué murallas tan altas,

Ay, que remanso de nieve,

Ay, qué niña tan bonita

dichoso el que se la lleve

(Jota popular)

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Nuestra muralla es el emblema, orgullo y pasión de nuestra ciudad. Con casi tres kilómetros de recorrido, nueve puertas y 87 torreones, todos los abulenses nos sentimos identificados con el monumento, construida en tiempos remotos para la defensa de nuestros antepasados y la llevamos en el corazón exportando y proyectando su imagen a cada rincón del planeta, ya sea a través de reproducciones en miniatura, nombres de comercios, empresas, logos, el Murallito o manifestaciones artísticas y/o fotográficas, pues si de algo podemos presumir, es que la muralla queda estupenda en fotos y cuadros, en cualesquiera de sus lienzos, sobre todo cuando nieva y sale en la televisión abriendo informativos.

La muralla se configura como un gran cinturón que abraza a la ciudad hasta casi asfixiarla, una obra magnífica que nos ha llegado hasta hoy con un aspecto inmejorable, rejuveneciendo a cada año que pasa, siendo un joyero extraordinario que guarda en su interior un casco antiguo que todavía es un diamante por pulir, pero pese a toda la afluencia masificada de turistas que claman por sus subir a sus muros… ¿cuántos de vosotros, abulenses, habéis subido a la muralla?

No nos cansamos de admirarla, eso está claro, pero si subir a ella y por ello pocos lo hacemos, solamente cuando es absolutamente necesario, como cuando unos vienen amigos de otra ciudad y les explicamos o inventamos la ciudad desde las alturas, o cuando queremos ligar y buscamos un lugar idílico y romántico donde pasear con nuestra pareja – y que no tenga escapatoria –.  De hecho, no conozco todavía a ningún abulense que salga a dar una vuelta “por el adarve de la muralla” y mucho menos el increíble caso de dos conocidos que se encuentran arriba por casualidad. Hago constar que la entrada para los abulenses es gratuita, si llegan a cobrarnos… pues eso, que suban los turistas, nosotros ya lo tenemos todo muy visto.

Como testigo mudo e inmóvil de la ciudad, la muralla ha visto el devenir de su historia y su uso ha sido transformado con el paso de los siglos, pasando de fortaleza que evitaba ser asaltada por huestes de bárbaros, a usos turísticos y recreativos. Todo niño abulense que se precie ha jugado en el paseo de El Rastro a subirse a las piedras junto a la muralla bajo atentas observaciones del peligro que ello conllevaba y haciendo caso omiso de ellas seguro que ha podido comprobar la veracidad de estas advertencias, luciendo inclusive algún recordatorio cutáneo del lugar. Éstos niños, cosas que tiene el tiempo, crecen y pasan a ser ellos los que den e impongan la prohibición de subirse a las piedras – “En esa piedra me caí yo” – a sus hijos, sobrinos y animales de compañía, creando un bucle infinito que pasa de padres a hijos por los siglos de los siglos.

 Pero si hay algo que nos gusta a los abulenses son los espectáculos pirotécnicos en la muralla, aunque digamos que siempre es lo mismo. De hecho, es lo que esperamos, año tras año, el día de la Virgen del Pilar y el día de la Santa con gran ilusión. Bueno, quizá con ilusión no, pero es algo que todo abulense de pro espera ver, ya sea desde el recinto ferial, Fuentebuena o los Cuatro Postes. Durante el espectáculo pirotécnico – y musical –, es típico que durante los cohetes artificiales simulen que incendian la muralla y siempre, por regla general, tradición o estupidez, hay alguien que dice: ¿y si la incendian de verdad? Seguro que lo han oído. Eso y ¿ya no hay fuegos artificiales en el Grande? Donde también era tradición que la ceniza cayera sobre algunos afortunados abulenses que clamaban al cielo bendiciendo tal suerte.

Además, y para no movernos de nuestro fotogénico lienzo norte, con su hierbecita verde, su espadaña y sus humedades, cuando nieva se transforma en una improvisada pista de culoesquí, donde centenares de nosotros acudimos a participar en una multitudinaria guerra de bolas de nieve, hacemos ángeles y muñecos de nieve o nos tiramos por la loma a velocidad endiablada sobre improvisados trineos, plásticos o rodando hasta dar con nuestros huesos en el helado suelo acabando exhaustos, calados y con leves signos de hipotermia pero felices, pues la felicidad se compone de pequeñas cosas como estas.

Ávila no se puede entender sin su muralla, y debemos seguir reclamando su figura y su importancia, ya sea con actividades como “abrazar la muralla” – en un esfuerzo colectivo de abulensidad –, consolidarla como muro de las lamentaciones, acantonarnos toda la ciudad tras sus muros y proclamar la independencia o realizar un Gran Hermano abulense, amenazar con derribarla para darnos cuenta de su valor histórico, moral y sentimental o explotarla como reclamo del próximo film de Almodóvar.

Sea como fuere los abulenses no podemos escapar ni del embrujo ni del encanto de nuestra muralla, pero no debemos olvidar que si aún sigue en pie es porque no tuvimos dinero para tirarla.

El relato anterior forma parte del libro “El mundo según los abulenses” (2015), éxito superventas en la Feria del Libro abulense y que nos sirve para presentar el éxito que ha supuesto este año su segunda parte “El mundo según los abulenses Vol. 2” (2016) en el cual se sigue la temática abulense en tono de humor compuesto por relatos de los miembros de la Asociación Cultural de Novelistas La Sombra del Ciprés.