Los abulenses somos esas personas que nos pasamos media vida queriendo salir de Ávila y la otra mitad queriendo volver a ella. Si no os ha pasado esto… Lo siento, no sois abulenses o todavía no habéis salido de nuestra majestuosa y vilipendiada ciudad. Puede que lo seáis por nacimiento, matrimonio o convicción, pero no de corazón.

El buen abulense es aquel que siempre se queja de su ciudad, con frases manidas y de vigente actualidad que lleven décadas utilizándose, pasando de padres a hijos: ¡En Ávila hace mucho frío! ¡En Ávila no hay de nada! ¡Claro que hace frío! ¡Por supuesto que en Ávila no hay de nada! Ni gente por las calles, ni trabajo, ni tiendas, ni jóvenes… ¡Qué os habéis pensado!, ¿que Ávila es una ONG? Pues claro que no, en Ávila no hay de nada.

En nuestra ciudad las cosas hay que ganárselas, y es que somos muy nuestros, por encima de cualquier cosa. ¿Cómo va a haber gente por la calle si la mayor parte del tiempo hace una temperatura ideal para curar jamones? Lo normal cuando cae la tarde, sobre todo en invierno, es que haga un frío de cien pares de adoquines y no se piense en salir a la calle, sino enclaustrarnos dentro de nuestras fortalezas, al lado de nuestras chimeneas mientras asamos castañas y matamos el tiempo discutiendo cosas trascendentales como la vida del vecino del quinto, haciendo honor a nuestro gen biográfico, y vigilando con el rabillo del ojo a través del visillo que, efectivamente, no pasa nadie por la calle, concluyendo la mayoría de las veces como causa más probable el de nuestro crudo clima.

Bueno, eso a no ser que seas un joven adolescente, adaptado al frío para realizar típicas actividades de riesgo abulense como hacer botellón a -6 grados en tacones, medias y minifalda. Según viene recogido en el código de circulación y convivencia de la ciudad, la policía suele desalojar «a los del botellón», no sólo por la ilegalidad del acto, que también, sino para evitar su congelación e incluso la amputación de algún miembro, movilizándolos en penitencias nocturnas de una zona a otra, como si de ganado se tratase.

¡Qué no hay trabajo? ¡Será por campo! ¡A labrar tierras los ponía yo! No hay bien más preciado que la tierra… Y de eso nos sobra, ya sea para sembrar trigo, cebada o fresas, ¡para que luego digan que son de Palos! La mitad de su existencia la pasan en nuestras tierras, y por ello deberíamos darles, al menos, el título honorífico de «hijas adoptivas», e incorporarlas a nuestra dieta tradicional gastronómica de subsistencia, junto con las revolconas, las judías del Barco, el chuletón y las yemas. Ciertamente, nuestra dieta quedaría completa al incorporar como postre algo tan selecto y exquisito como unas fresas con nata. Nata que saldría de la leche de nuestras vacas, por supuesto.

¿Qué no hay tiendas? Pero habrase visto… ¿Y qué son esos sitios que abren los domingos según el año que haya algún centenario? ¿Bares? ¡Pues claro que no! Tenemos un montón de tiendas en las que por supuesto tenemos de todo, pero ¿para qué queremos elegir una prenda de ropa entre diez o veinte posibles modelos? Nuestros queridos comerciantes nos facilitaban las cosas ahorrándonos tomar elecciones erróneas con nuestra ropa y reducen al máximo nuestra capacidad de decisión, reduciendo nuestro margen de error en cuestión de estilo. ¡Qué desagradecidos somos! Si ahora hasta tenemos un Decathlon para que nuestros jóvenes, afincados en Madrid y provincias limítrofes, vengan a comprar tranquilamente los fines de semana, sin los agobios que suponen las largas colas de los enormes centros comerciales de las metrópolis, aunque nuestro Tontódromo particular no les tiene nada que envidiar, ni mucho menos.

No sabemos apreciar el comercio abulense, y lo que acaba pasando es que la mayoría de nosotros continuamos la costumbre de «ir de compras» a Madrid, Valladolid, Salamanca… Y ya de paso a pasar el día… No escarmentamos. Estos viajes, a priori familiares de paz y armonía, sonrisas y felicidad, se acaban convirtiendo en una pesadilla insufrible de discusiones familiares, ceños fruncidos e incluso lágrimas en las que más de una ha abocado en una crisis conyugal que no se ha solucionado hasta el día siguiente, ya en casa. Recordad, queridos lectores, que Ikea ha provocado casi tantas rupturas de pareja como Whatsapp.

Ávila es tranquilidad, y no sabemos valorarlo.

Los jóvenes… ¡Ay, los jóvenes! Nos quejamos que tienen que emigrar fuera de nuestras murallas para ganarse la vida… Pero eso no es cierto, ¡ni mucho menos! Enviamos a nuestros jóvenes para que sepan apreciar lo maravillosa y perfecta que es nuestra ciudad, cosa que no comprenden hasta que no están fuera… Lo digo de primera mano y por si no os habéis fijado… ¡los jóvenes regresan el fin de semana! Si tan mala fuera ésta nuestra ciudad no volverían. Y no vuelven solamente porque el ambiente nocturno abulense es mejor que la de cualquier otra ciudad (puedo dar testimonio de ello), sino también para rellenar los «tapers» que consumen durante la semana. No es que no sepan ni freír un huevo, no, es que nuestros jóvenes saben apreciar la comida casera abulense por encima de cualquier delicia gastronómica de sus lugares de adopción. De hecho, son tales las ansias que tienen los jóvenes de regresar a Ávila cuando vienen en el tren, que son fácilmente reconocibles al levantarse de sus asientos 20 km antes de llegar, y situarse frente a las puertas esperando a que se abran, como en una carrera silenciosa para ser los primeros en pisar la tierra de nuestra gélida patria.

Por último, señalar que en Ávila, para no haber de nada, existen unos lugares de culto y peregrinación muy concurridos en proporción de uno por cada diez abulenses. Me estoy refiriendo, por si había alguna duda, a los bares. De hecho, desde que habéis comenzado a leer este relato ya se ha abierto un nuevo establecimiento. Ávila es una de las mejores ciudades del mundo mundial para tapear, siendo la combinación «caña + pincho» ideal y perfecta, exportando un modelo de negocio que apenas existe fuera de nuestros muros y que añoramos cuando nos cobran una cantidad exorbitada por un pincho algo más elaborado que unas patatas fritas de bolsa. En Ávila el bar se elige por el pincho, habiéndolos de todos los gustos, tipos y tamaños: desde los minimalistas de diseño para gente que no quiere reconocer que está a dieta, hasta gigantescos que sobrepasan el tamaño medio de un menú del día.

Como hemos visto, en Ávila no hay de nada. Los abulenses nos quejamos por naturaleza cuando estamos en nuestra localidad, pero sufrimos una transformación de anhelo y patriotismo cuando estamos en el exilio: esperamos con ansia que salga en las noticias la capital abulense cuando nieva, presumimos de cuestas, de frío, de iglesias, del edificio de Moneo, de comernos un chuletón entre pecho y espalda, de bares, de pinchos, de místicos… ¡hasta de que no hay de nada! Pero sacamos las uñas cuando alguien se mete con nuestra ciudad, actuando con el mismo proteccionismo que si fuera nuestro hermano pequeño: puede ser muchas cosas, pero mi hermano es mi hermano y nadie se mete con él. A lo sumo, solo yo.

Ávila es nuestra y no consentimos que nadie diga nada malo de ella —aunque tenga razón—, porque Ávila somos todos, y sólo nosotros podemos criticarla sin levantar las iras de abulenses acérrimos.

Queda claro que es falso que en Ávila no haya de nada. ¿Por qué? Muy sencillo, porque Ávila somos nosotros, y mientras haya un abulense siempre será un lugar que nos recibirá con los brazos abiertos. La ciudad es un reflejo del alma de la gente que lo compone y un pedacito de todos y cada uno de nosotros. Siempre será nuestra casa, aunque a veces tenga las comodidades de una mansión y otras la austeridad de un adoquín, o sea odiaba o añorada a partes iguales. Ávila siempre será nuestro hogar.

El relato anterior forma parte del libro “El mundo según los abulenses” (2015), éxito superventas en la Feria del Libro abulense y que nos sirve para presentar el éxito que ha supuesto este año su segunda parte “El mundo según los abulenses Vol. 2” (2016) en el cual se sigue la temática abulense en tono de humor compuesto por relatos de los miembros de la Asociación Cultural de Novelistas La Sombra del Ciprés.

Además, con el objetivo de mejorar la competencia en comunicación lingüística de los alumnos en Educación Primaria y Secundaria, la Junta de Castilla y León promueve el I certamen de «Lectura en público».
A nivel provincial en secundaria, los alumnos del Colegio Santísimo Rosario han ganado el certamen con este relato «En Ávila no hay de nada», lo cual me llena de orgullo y satisfacción.