Una de las tradiciones más arraigadas de los abulenses es el Mercado Medieval. Durante un fin de semana de septiembre, cuando el verano y las fiestas de las pueblos tocan a su fin, evocamos a nuestros antepasados celebrando unas jornadas lúdico-festivas que si bien no tienen ningún parecido con la realidad de lo que fue el medievo, el objetivo es hacer de nuestras calles el orgullo que no sentimos durante el resto del año. Para ello hemos creado un modelo de jornadas-mercado-circo-carnaval que hemos exportado a cualquier villa, ciudad y pueblo de Castilla y parte del extranjero. No por algo llevamos dos décadas haciendo lo mismo.

El abulense no se disfraza de medieval, se viste, y cualquiera que insinúe lo contrario conllevara batirse en duelo para defender su honor a capa y espada. Y pese a ser una ciudad de caballeros, preferimos vestirnos de campesinos porque, además de pobres, somos humildes.

Ávila es un hervidero de gente que abarrota sus calles, pues tal festividad, además de hacer salir a la calle los autóctonos con nuestras mejores galas, hace retornar a los paisanos que viven en la capital y provincias adyacentes, por no hablar de los turistas que vienen atraídos con falsas promesas de encontrarse a unos incivilizados guerreando con espadas, palos, arcos y flechas, los olores de aromáticos inciensos y el sonido de gaitillas y tambores, además de chuletones, costillares y morcillas asándose en cada esquina.

¿Cómo reconocer a los abulenses entre tanta muchedumbre? Muy sencillo, solemos agruparnos en pequeños corros en medio de las calles, saludando a conocidos de los cuales no habíamos tenido noticias, salvo por whatsapp, desde el pasado mercado medieval, interrumpiendo el paso y molestándonos si alguien nos recrimina el no avanzar y paralizar la marcha en ambos sentidos. Incluso escaramuzas a cuchillo se han llegado a dar por este motivo.

Y en las tabernas. Los abulenses tenemos un sexto sentido para saber dónde están situados todos los bares del mercado, recorrerlos y disfrutar de suculentos pinchos medievales con hidromiel, vino, zumo de cebada, licores, mojitos y daiquiris, dependiendo de la hora.

Por otra parte, a la hora del buen yantar sabemos cuidarnos, pues aparte de carnes a la brasa, caldereta de cabrito y pulpo – exclusivo para guiris, reyes y sibaritas a precios prohibitivos– nos aficionamos, por costumbre o tradición, a la comida rápida medieval como kebabs y crêpes, los cuales se tarda menos en consumirlos que en conseguirlos. Y de postre, podemos deleitarnos con chocolates y dulces artesanales o relajarnos con un té moruno.

Por si fuera poco, en los propios puestos del Mercado podemos comprar todo tipo de productos medievales imprescindibles, como embutidos, hierbas milagrosas, jabones, espadas y cuchillos made in taiwan, artesanía de cuero, vino, platería, libros, ovejas, monedas, amuletos contra el mal de ojo y trastos viejos del pueblo como trillos y llaves oxidadas que se revalorizan a día de hoy gracias al estilo retro última moda.

No suelen faltar a la cita medieval algunos puestos típicos como el campamento de nobles arqueros en San Vicente, el herrero y su fragua que causa gran atracción entre las huestes urbanas que creían que las espadas crecían en los árboles, el campamento medieval en el Mercado Grande, el tiovivo, la judería en la calle de aquellos que los expulsaron, la morería y los puestos de la Cruz Roja y protección civil, además de la cetrería, que aglomera a multitud de curiosos que miran a unas asustadas rapaces a la espera de que hablen o les cuenten un chiste, y hacen una exhibición donde siempre – ya sea por tradición o por abundancia de palomas y tordos – se extravía algún águila, copando titulares al día siguiente.

Por último, señalar que durante las jornadas medievales nuestras calles se llenan de personajes de lo más variopinto, donde lo medieval se funde con lo perroflauta pasando por lo hippy. Así, de esta manera, podemos encontrar con caballeros de rancio abolengo, princesas, moros con chilaba, saltimbanquis haciendo acrobacias o espectáculos de fuego y malabares, sarracenos armados, monjes en actitud pecadora , judíos, celtas y tontones, la comitiva de la Inquisición, vikingos extraviados, bailarinas árabes moviendo la panza, templarios, gente con mallas o leotardos, brujas, hobbits, elfos, hadas, druidas haciendo queimadas, romanos, músicos, piratas del Caribe, bufones, hombres vestidos con harapos hablando un lenguaje que nadie entiende, Conan luciendo músculo, arqueros, Águila Roja, personajes de Juego de Tronos descontextualizados intentando sobrevivir y hasta algún concejal disfrazado para la ocasión desfilando como en una procesión.

Ya saben, lo normal en un día cualquiera en la Ávila profunda medieval.

El relato anterior forma parte del libro “El mundo según los abulenses” (2015), éxito superventas en la Feria del Libro abulense y que nos sirve para presentar el éxito que ha supuesto este año su segunda parte “El mundo según los abulenses Vol. 2” (2016) en el cual se sigue la temática abulense en tono de humor compuesto por relatos de los miembros de la Asociación Cultural de Novelistas La Sombra del Ciprés.