La visita del emperador Carlos V supuso un gran acontecimiento para la ciudad de Ávila. Según cuentan las crónicas, el 6 de junio de 1534, vino por el camino de Villacastín, procedente de Segovia, y muchos vecinos salieron a recibir a su comitiva en los altos de las Hervencias. Su séquito se componía de unas 150 personas: caballeros, españoles, alemanes y flamencos, con ricas monturas. La gente los acompañó hasta la plaza de Santa Ana, donde les estaban esperando el cabildo de la catedral y una representación del consistorio, encabezada por el regidor Luis Ponce de León y Pedro Dávila, conde del Risco y señor de Villafranca y las Navas. Desde Santa Ana, bajo palio de brocado que llevaban los regidores (por orden de antigüedad en el cargo), le condujeron en litera hasta el Mercado Grande, pasando por la puerta del Alcázar hasta llegar a la catedral. Allí, el alcaide del Alcázar se dirigió al emperador con una fuente de plata en las manos en las que tenía las llaves de la fortaleza, Alcázar real y cimorro de la catedral, entregándoselas al rey en señal de posesión y éste se las devolvió para las tuviera en su nombre. Carlos V juró derechos, privilegios y libertades de la ciudad; y acabado el ritual entró en la catedral a orar. Después, salió y se alojó en el palacio de los Velada, donde años antes se había hospedado también la emperatriz Isabel.

Ávila.

El día 8 de junio por la tarde, se corrieron en el Mercado Chico ocho toros en su honor, como quedó reflejado en el dibujo de Vermayen, pintor de la corte de Carlos V y que es considerado la primera representación de una corrida de toros. Las calles estaban adornadas con colgaduras, tapices y telas de vivos colores. Cuando el emperador salió del palacio de Velada se dispararon varias salvas de artillería desde el Alcázar y delante de la comitiva fueron bailando, camino del Mercado Chico, varios grupos de mozas de las aldeas de los sexmos al son de la música que los mozos hacían sonar con gaitas, tamboriles y panderos. Las gentes acudieron a ver los toros, los bailes y los juegos de cañas a cargo de las cuadrillas de caballeros, que se celebraron en los días siguientes.

El día 11 de junio, Carlos V salió de Ávila y marchó hacia Salamanca, por Fontiveros y Alba. Había permanecido cinco días en la ciudad. Nunca se habían celebrado semejantes fiestas. Su presencia, el boato de su acompañamiento y la imagen de la majestad imperial quedarían grabados durante mucho tiempo en la memoria de todos los abulenses.